jueves, 26 de agosto de 2010

Ayer 1

Apenas abrió la puerta de la pieza se avalanzó sobre él. Había planeado esperarlo en la cama, pero no pudo aguantarse. Al escuchar el ruido de la bicileta que se detenía se levantó y se quitó toda la ropa. Lo tomó tan por sorpresa que casi la golpea, creyéndola un agresor, pero ella comenzó a quitarle con prisa la camisa, a tirones y cedió ante el gozo inminente. Los botones golpeaban en las paredes mientras la saliva comenzaba a entremezclarse.

Las manos ásperas querían abarcar toda la piel desnuda y las afiladas uñas raspaban la espalda recién descubierta. Le saltó encima y lo rodeó con brazos y piernas, le encantaba sentir su olor de ducha pospuesta, le excitaba su barba apenas crecida rozándole la cara, la encendía el cerrar la puerta golpeándola con su espalda desnuda.

Él la sostuvo con una sola mano, se desprendió el cinto con la otra, desprendió el botón del pantalón, bajó el cierre, apenas bajó el calzoncillo y la penetró casi con violencia; el sentirla gemir y el ruido de la espalda golpeando la puerta lo encendían más y embestía con mayor fuerza.

Ella sintió con gozo cada borde, cada hendidura, cada poderosa fibra de la parte de él que entraba en ella, que llenaba sus húmedos vacíos. Percibía la fusión de sus olores y su piel completa se estremecía al oirlo jadear.

Quería verla por completo; tambaleó un poco pero logró quitarse toda la ropa. Cayó encima de ella, sobre la cama que se sumó a los gemidos. Pudo ver sus pezones oscuros, su ojos que le insistían que no se detuviera, sintió las manos en sus nalgas, que aceleraron las embestidas.

Casi salió de sí cuando sintió que él le lamía furiosamente un pezón, se lo chupaba. Gimió, casi gritaba.

Él se sentía a punto de explotar...

Ella se dio cuenta de que llegaba el final. Lo apretó fuertemente contra sí misma; tenía miedo de que la dejara, como todos, vacía; se extasió escuchándolo jadear, transpirar, embistiendo ya de forma intermitente, pero más duramente. Estaba llena de él.

Él cayo fulminado encima.

Pasado un rato él se incorporó.

-¡Me mataste, negrita!

Se acostó boca arriba en la cama y se cubrió con la sábana. Bostezó.

-Lo bueno de coger con vos, negrita, es que uno nunca tiene miedo de arruinarla con críos...

Se durmió.

Ella se quedó tendida arriba de la sábana, completamente desnuda. Esa noche, como casi todas no pegó un ojo.

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