viernes, 26 de noviembre de 2010

Ayer II

Ya estaba por amanecer. Él roncaba, la sábana ya no lo cubría; le había molestado apenas se durmió y fue a parar al piso rápidamente. Ella se atrevió a recorrer suavemente su mano sobre ese cuerpo lejano; sabía que no lo despertaría de todas maneras. Recien regresaría de su mudo privado minutos antes del mediodía para bañarse, comer algo y volver al trabajo.

Ella se deslizó suavemente de la cama, comenzó a vestirse. En el furor de la noche anterior, su ropa, que había acomodado en una silla al pie de la cama, quedó regada por todo el piso, arrugada, impunemente pisoteada. Sacudió lo más que pudo la tierra pegada. Recordó fugaces momentos de aquel fuego. Llevó una mano a su vientre, se quedó inmóvil, los ojos brillosos... Salió.

Miró su reloj, tenía poco más de dos horas para llegar a su trabajo. Aprovechó y le dio unas cuantas vueltas a la cuerda. Era dorado, pequeño, para nada valioso. Le gustaba mucho la sensación de la malla, cuando se deslizaba por su brazo delgado y le producía cosquillas. Disfrutaba mucho cuando algún tipo le preguntaba la hora. Había aprendido ademanes de las actrices de las películas. Levantaba suavemente su brazo, arqueaba su mano hacia atrás y dejaba escapar un suspiro al terminar de hablar. Con seguridad la historia no acababa allí, casi siempre ese inocente intercambio de palabras terminaba en la cama... Eso sí, él debía gustarle, un poco por lo menos.

Seguía caminando lentamente. Pasó rápidamente por "El Tropezón", el viejo que atendía allí le causaba un profundo temor. Toda la gente sabía de la empleada que una vez intentó matar. Era un bar de maa muerte y ella jamás se había acercado, pero tenía la escalofriante sensación de que de alguna forma algo podría pasarle. Apenas dos casas más allá estaba la tienda de "Las Turquitas". Siempre se detenía allí. A cualquier hora que pasara se quedaba embobada en las telas, se imaginaba los vestiditos de nena que podría coser. se imaginaba planchando los pañales, baberos. Hasta las telas más ordinarias le servían.. con algo había que echarle viento a la bebé en las siestas, mientras ella le lavaba la ropa y le cantaba. Hasta se imaginaba cantando bien, halago que jamás había recibido. No había nacido para Violeta Rivas.

Dos campanadas de la catedral.Ya iba a comenzar la novena. Casi corrió la cuadra que le faltaba. Estaba lleno de gente, todos tenían un aire de tranquilidad. Se decía que la muerte del obispo anterior había logrado que las cosas volvieran a la normalidad... "Cada cual en su lugar" se escuchaba decir.
Ella apenas tenía tiempo de bendecirse un poco con agua... en 15 minutos tendría que estar en la casa de su patrona. Se atrevió a llegar un poco tarde y subió al camarín de San Nicolás. Se arrodilló y le pidió nuevamente el milagro.
tres campanadas. Era muy tarde.

Salió corriendo. Llegó al boulevar...

-¡Mirá la hora que es!
-Disculpe, señora...
-Mirá, esta vez ni me importa la excusa que tengas... llego tarde.

La señora salió en el auto espantando diablos.

Ella cerró la puerta. Apenas entreabrió la puerta de los chicos. Dormían tranquilos. El corazón ahora le latía con alegría. Entró a la pieza de la bebé. Dormía en su cuna. Los cachetes dorados, su aroma incoparable, su piel blanca y suave, sus pestañas arqueadas. Era tan hermosa.

Se tocó el vientre. Ella no podría jamás tener una bebé.
Salió a limpiar la casa, antes de echarse a llorar.

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